Después de dejar atrás el barrio güimarero de San Juan. Tomamos un camino agrícola, bordeado a ambos lados, por canteros (huertas), picados en la roca y sostenida la tierra de estos, por paredes de piedra seca. Estos canteros los labraron nuestros antepasados para aprovechar hasta el más mínimo trozo posible de ser cultivado. Algunos están prácticamente colgados sobre las laderas de los barrancos.
A nuestra izquierda tenemos el gran murallón de La Ladera de Güímar en cuya base se abre paso el conocido Barranco de Chamoco o Badajoz.
Al otro lado, el Barranco del Río o del Agua que es hacia donde se encaminan nuestros pasos.
Tras una larga subida llegamos a La Hidro que se encuentra ubicada en una zona denominada El Pico y que no es otra cosa sino una antigua central hidroeléctrica que abastecía de energía a Güímar y Arafo.
Se construyó aprovechando la fuerza del agua de las galerías " El Río y Badajoz". Esta idea la gestó el alcalde Don Tomás Cruz García, hacia 1920, siendo inaugurada nueve años más tarde. El proyecto del salto lo realizó el Ingeniero de Caminos Rafael de Villa y Calzadilla; tenía 200 metros y aprovechaba un caudal de agua de 60 litros por segundo; la turbina tenía 1000 revoluciones por minuto y desarrollaba una potencia inicial de 151 caballos de fuerza. El montaje correspondió a la casa Siemens Schukers. Y el edificio que albergaba la Central fue construido por los ingenieros Juan Haesy y Carlos Moenck.
Está central hoy en día no está en funcionamiento, pero si que podemos observar toda la infraestructura que albergó.
Seguimos por el camino que está a la derecha de la misma. Desde aquí tenemos una vista vertiginosa del barranco del Río, parte del núcleo urbano de Güímar y de la montaña del Socorro.
El camino está empedrado y es bastante pendiente.
Pasamos ahora al lado de un pequeño acueducto que soporta la tubería que transportaba el agua hasta la Central.
El día está soleado, pero observamos como se están formando unas nubes en la misma ladera, seguramente dentro de un rato se quedará todo nublado.
Al llegar a unos enormes eucaliptos, uno de ellos arrancado de raíz, seguramente por el temporal Delta de hace unos años, el camino gira a la derecha para ahora, de una manera más suave, internarse en el barranco.
Lo hace por la ladera sur, que es la que está orientada al norte, por lo que es mucho más sombría y la vegetación más exuberante y abundante. Habiendo por aquí una gran variedad de endemismos.
En cambio la otra pared del barranco que su orientación es sur, al tener más insolación la vegetación es escasa, apenas unos pinos y algunos matorrales.
El camino es ancho, bueno.... era ancho.... aproximadamente puede tener unos dos metros más o menos pero la vegetación se ha apoderado de él y apenas queda un estrecho sendero por el que pasar.
Con un palo que llevamos vamos quitando las plantas que se interponen en nuestro camino para poder seguir adelante.
En algunos sitios está peligroso de andar. Los paredes de contención del camino se han derrumbado en algunos tramos y aunque la vegetación hace que no veamos con exactitud la profundidad del barranco, sabemos que a un paso de nosotros hay un enorme precipicio.
Este camino, seguramente existía desde tiempos muy antiguos pero fue acondicionado cuando hicieron las galerías de agua a finales del siglo XIX Y principios del siglo XX.
Si tuviéramos que destacar una planta esta sería el madroño, que por aquí es muy abundante. En esta época los frutos ya están un poco pasados de coger, de hecho casi nadie los coge, además para el que no lo sepa, estos frutos cuando están maduros pueden llegar a embriagar, pues contienen algo de alcohol.
Ahora son el alimento de multitud de pájaros como canarios, petirrojos o "papitos" como se les conoce popularmente por aquí, que se están dando un festín con ellos y que al detectar nuestra presencia salen en desbandada.
El sendero va descendiendo hacia el cauce del barranco. Cuentan que por él discurría el agua en abundancia siglos atrás, de ahí su nombre.
Allí nos encontramos con unas construcciones que usaban los trabajadores de las galerías de agua. En estos cuartos y cuevas se guarecían y guardaban las herramientas, maquinarias y materiales que necesitaban para su trabajo.
Intentamos seguir hasta la galería que creo que es la llamada "Higueras Salvajes", aunque no estoy muy segura. El camino al ser muy poco transitado, está lleno de zarzas que se han adueñado del lugar y se oponen a nuestro paso: nos agarran por los brazos y hasta nos ponen la zancadilla. El palo ya no es suficiente para este combate por lo que decidimos dejar el camino aquí hasta otro día que vengamos preparados para abrirnos paso entre tanta maleza.
Me parece muy interesante poner aquí, un trabajo de Octavio Rodríguez Delgado, en el que recopiló fragmentos de publicaciones a lo largo de los siglos XIX y XX, de botánicos, naturalistas y otros personajes que mencionan este barranco.
En noviembre de 1828, los naturalistas WEBB y BERTHELOT estuvieron en el Valle de Güímar, herborizando y recorriendo los lugares más interesantes desde el punto de vista botánico, entre ellos los barrancos de Badajoz y El Río. De ambos aportan bellas ilustraciones debidas a la pluma de Williams, pero si bien del primero hacen una pequeña descripción, del que nos ocupa sólo dicen:
«Dentro del valle de Güímar, los madroños adornan las laderas del barranco de las Aguas y son rarísimos en las otras vertientes de la isla»
“Vue du ravin de las Aguas, disctrict de Guimar”. Litografía de M. Saint-Aulaire, según dibujo original de J.J. Williams (1828), publicado en WEBB & BERTHELOT.
El 30 de septiembre de 1883 se publicó en la revista La Ilustración de Canarias un precioso artículo titulado “El Valle de Güímar”, escrito por el erudito sacerdote lagunero Ireneo González Hernández, quien a su preclara inteligencia unía la condición de ser oriundo de Güímar, circunstancia ésta que se ve reflejada en la pasión y cariño con que describió al pueblo, a sus gentes y a los lugares de interés de dicho Valle. Tras describir el Barranco de Badajoz hace una corta pero interesante descripción del Barranco del Río, que tendrá repercusión en futuros visitantes, como veremos más adelante:
Hacia el N. de Badajoz se alza el Pico grande, monte frondosísimo, cubierto de varios robustos árboles que se extienden largamente siempre hacia el N. formando el Barranco del Río cubierto también de madroñeros, hayas, tilos y otra variedad inmensa de árboles entre los cuales aún se encuentra algún cedro. Este lugar inaccesible a los rayos del sol, es por demás delicioso y ameno, si bien se hallan en el barranco enormes precipicios, aunque menos espantosos a causa de la arboleda; y por un cómodo camino se sube hasta el naciente de un abundante caudal de agua que brota al fondo de una pequeña galería.
Grabado del "Barranco de Las Aguas; distrito de Güímar". Reproducido en La Ilustración de Canarias (1883)
El 5 de abril de 1892 se publicó en el Diario de Tenerife una «Pequeña descripción del Valle de Güímar», firmada por N.H.G., en la que inevitablemente se detiene en los barrancos de Badajoz y del Río:
Hállase regado el mencionado valle por un regular caudal de agua que tiene su orígen en dos manantiales perennes, situados en las altas vertientes de dos barrancos, llamados el uno de Badajoz y del Río el otro, separados entre si por un kilómetro de distancia, aproximadamente. Ambos presentan perspectivas que sucintamente paso á describir. En el barranco del Río es donde brota más agua, tanto por el mayor número de fuentes que en él existen, cuanto por las obras de alumbramiento practicadas con lisonjero éxito. Al desprenderse las aguas y buscar su natural corriente, forman liadísimos saltos y cascadas que presentan encantador aspecto. Todo el barranco está cubierto de espeso bosque, donde se encuentran el haya, el mocán, la higuera y otros árboles, así como variada cantidad de vistosos helechos. En dicho barranco existen precipicios y honduras que, á no ser porque el follaje las cubre, infundirían pavor al escursionista pero á la vez, puede valerse éste de senderos practicables por donde, sin peligro, le es fácil recorrer todos los descriptos sitios.
Luego, tras describir el barranco de Badajoz, añadía el mismo autor:
«La distancia que existe entre la población y estos sitios, podrá ser de tres kilómetros, los caminos son algo pendientes, sin ser por ello peligrosos, pudiendo hacerse la excursión en bestias mulares del país acostumbradas á verificarla, sin riesgo alguno»
En el folleto turístico The Vale of Guimar on the lee and sunny side of Tenerife, publicado en 1893, se recogen dos descripciones del Barranco del Río. La primera fue elaborada por C. JEFFERY en 1889:
Una montaña interpuesta que tuvimos que escalar ocultaba de nosotros el barranco del Río. La ascendente vereda era empinada y penosa en extremo. Sin embargo, fuimos ampliamente recompensados por toda nuestra molestia, cuando finalmente alcanzamos las laderas boscosas situadas por encima de nosotros. Nada más fascinantemente bello puede ser imaginado, y cada paso revelaba nuevas visiones de encanto, a medida que el sinuoso camino nos adentraba en aquellos claros selváticos. Un canal de piedra corría junto a nosotros todo el camino, y el silencio se volvió música con el rumor del agua precipitada, el canto de innumerables pájaros, y el lejano estruendo de ocultas cascadas
precipitándose en insondables abismos; mientras la fresca sombra de los árboles era más grata después del resplandor y calor de la vía de piedra que habíamos recorrido tan recientemente. Helechos de todos los tamaños y especies bordeaban el herbáceo sendero, y flores silvestres adornaban el camino con infinita profusión. Masas de laurel florecido, laurel silvestre, mirto, y árboles de mayor crecimiento, enmascaraban los terroríficos precipicios, donde un paso en falso nos habría enviado rodando un par de miles de pies poco más o menos; y el aire estaba casi irresistiblemente cargado con la aromática fragancia de las jaras, amarillas, blancas y rosadas, que crecen por todas partes. Las dos laderas del barranco presentaban un contraste diferente entre sí, una estaba cubierta de monte de arriba abajo, la otra casi privada de vegetación, abrupta y escarpada, con extensas masas de rocas cubiertas de líquenes grises, a las cuales se aferraban unos pocos pinos, los últimos restos tristes de ese ejército de gigantes del bosque que una vez guardaron los desfiladeros montañosos de Tenerife.
Después de un largo paseo de belleza inolvidable alcanzamos el final de la vereda que se detiene bruscamente. Allí dejamos nuestras mulas y descendemos al barranco, donde una agradable cascada brotaba por encima de las rocas y desaparecía más abajo. Algunos de nuestra partida se fueron a explorar y buscar raros helechos; después de lo cual volvimos a subir en nuestras mulas y giramos sus cabezas de regreso. Ninguno de nosotros sentía ver Güímar de nuevo. Sin embargo, la excursión había valido ciertamente la pena, como todos convenimos. No obstante, firmemente recomiendo a los posibles visitantes no recorrer ambos barrancos en un día, esto lo deben evitar, pues, no solamente es enorme la fatiga, sino que es imposible recorrerlos enteramente en tan corto espacio de tiempo.
En la misma publicación, Benjamín RENSHAW hacía otra descripción del barranco, con interesantes detalles botánicos:
El Barranco del Río (cerca de Güímar), es densamente boscoso. Destacando entre los árboles se encuentran los madroños (Arbutus callicarpa), la haya (Myrica faya), el mocán (Visnea mocanera), el aceviño (Ilex canariensis), el viñático (Laurus indica), las higueras salvajes, y el cedro. Hay una gran variedad de helechos. Realmente el barranco, en su ascenso gradual desde la línea costera hasta una altura de 6000 pies sobre el nivel del mar, presenta sucesivamente y de una manera exuberante la vegetación de casi todos los climas y zonas. Algunas de las fugas y precipicios serían temerosos de contemplar si no estuvieran cubiertos con masas de impenetrable matorral. Sin embargo, a lo largo de las veredas andadas, aún las personas de menor valor pueden aventurarse sin el más leve temor o peligro. En todos lados es oído el murmullo de los numerosos torrentes que, en su curso descendente, aquí y allí caen en graciosas cascadas, o forman, en sombrías cubetas, cristalinos charcos de duendes. Tal fue la impresión que este magnífico barranco hizo en un reciente viajero y consumado naturalista, que entusiasmado declaró que este era el paraje más agradable del mundo.
Barranco del Río. Fotografía de Carl Norman (1893). Archivo FEDAC.
A finales de siglo, en el año 1897, vio la luz la primera edición del Álbum-Guía de Tenerife, publicado en la capital de la provincia por la imprenta de Vicente Bonnet. En él se hacía una somera descripción de todos los pueblos de la isla, con sus datos principales. Al recorrer los que cruzaba la Carretera General del Sur, se detuvo en los dos barrancos más llamativos del Valle de Güímar, desprendiéndose de su lectura que la información allí recogida había sido tomada del reseñado trabajo de Ireneo González, del que extraemos lo referido al barranco que nos ocupa:
A corta distancia del pueblo de Güímar hay dos barrancos muy notables, a los cuales se va por camino ancho y cómodo. […].
Al N. de Badajoz está el Barranco del Río en cuyo fondo jamás han penetrado los rayos del sol, porque los riscos que lo forman son muy altos y están poblados de robustos y variados árboles que forman un bosque frondosísimo. Al naciente del agua se sube comodamente á pie ó á caballo por un ancho y llano camino.
En el año 1900, el farmacéutico y escritor Cipriano de ARRIBAS Y SÁNCHEZ publicó un interesante libro titulado A través de las Islas Canarias, en el que se recogían datos geográficos, históricos, demográficos, etnográficos, etc. Al ocuparse del "Gran valle de Güímar" y tras describir el Barranco de Badajoz, el autor hizo una corta referencia al Barranco del Río, también influenciada por el artículo de Ireneo González:
Al Sur-Este existe otro bonito barranco poblado de árboles montuosos y hacia el Norte están las barranqueras del Pico grande, también cubiertas de vegetación hasta llegar al del Río, lleno de añosos madroños, tilos y otra infinidad de plantas.
En la conocida guía ABC de las Islas Canarias, publicada en 1913 en edición trilingüe (español, inglés y alemán), se describe una excursión por la Carretera general del Sur, que en su paso por el término de Güímar hace un análisis de su producción y una completa descripción de los parajes de interés (barrancos, Montaña Grande, etc.), que servirá de base para referencias posteriores; también relaciona los servicios que posee y sus barrios:
Los alrededores de esta villa poseen grandes atractivos y belleza natural, siendo dignos de visitarse los barrancos Chiñico, Coto, Del Río, Badajoz, etc. En sus vertientes y márgenes de frondosos arbustos crecen infinidad de higueras silvestres, madroños, sauces y otros. Sería digna de visitarse al no ser por su difícil acceso la cueva que á gran altura existe en el barranco de Badajoz llamada El Cañizo que era antigua morada de los guanches. Merecen citarse Los Dragos y El Osario sitios verdaderamente pintorescos. Los manantiales denominados Madre del Agua (800 m.) y Cueva del Culantrillo son asi mismo verdaderos sitios de encanto.
En la Guía de Tenerife, editada en 1927 por el Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, se incluye una corta descripción de este municipio al recorrer la carretera del Sur, que por entonces ya llegaba hasta Arico el Nuevo. Además, resalta los alrededores “deliciosos y pintorescos” de Güímar, tomando datos del ya citado ABC:
Dignos de visitarse en Güímar, son: la Montaña Grande, extinguido volcán cuyo cráter mide 300 metros de circunferencia por 60 de profundidad; los barrancos de Chiñico, Coto, Del Río y Badajoz, y también los lugares conocidos por Los Dragos, El Osario, así como los manantiales de la Madre del Agua y Cueva del Culantrillo.
En 1931, el obispo Fray Albino GONZÁLEZ MENÉNDEZ-REIGADA visitó la villa de Güímar, participando en una excursión organizada por el párroco Domingo Pérez Cáceres que lo llevó a los barrancos del Río y Badajoz. Comenzaron a subir hacia el primero y, tras detenerse en la ermita de San Juan, continuaron contemplando el bello paisaje del Valle hasta la central hidroeléctrica y las tanquillas de reparto del agua. Ahí comenzó la auténtica visita al Barranco:
Volvemos a mirar hacia la cumbre y seguimos adelante, pero no ya filo arriba, sino torciendo hacia la derecha casi en ángulo recto, por un camino de pendiente suave y muy próximo a la horizontal, siguiendo la ladera de la montaña. A ratos el camino se identifica casi por completo con la atarjea, pues ambos fueron construidos a la vez y en íntima relación la una con el otro.
Es ya pleno monte, monte que pudiéramos llamar medio, pues ni es monte bajo, ni es bosque de árboles hechos todavía. Dentro de muy pocos años este monte de Güímar será una verdadera preciosidad, pues no sé si habrá en Tenerife, ni quizá en Canarias, otro alguno, en el cual tantas variedades de árboles preciosos se produzcan. Abunda muchísimo el madroño, que es un árbol liadísimo, por el distinto matiz, en general rosado, que sus troncos toman, según los diversos tiempos; el brezo arborescente, el viñático, barbuzano, haya, loro, follado y otros muchos, cuyos nombres no recuerdo. Íbamos cogiendo vayas maduras de algunos de ellos, sobre todo de los madroños, cuyos racimillos de color, cambiante entre el amarillo, el rosa y el morado, son de una fuerza decorativa extraordinaria. Las bellezas del paisaje y la amena conversación hacían que el tiempo y el camino se nos pasaran sin sentir.
Pasamos por una especie de cornisón abierto sobre el abismo, que pudiera dar miedo a corazones poco templados; y después de impresionar fotografías,desembocamos, por fin, siempre a caballo, en el Barranco del Río, a muy poca distancia ya de la boca de la Galería, de donde brota el agua. Hay allí unos matorrales hermosísimos de higueras salvajes, pinos añosos y otros árboles y arbustos, de un conjunto verdaderamente bravío y pintoresco. Nuevos disparos con el objetivo fotográfico, nuevo registro del paisaje en todas direcciones y… a la Galería, a ver salir el chorroenriquecedor de las aguas. Comenzamos a entrar por ella, pero aún llevando botas de agua era imposible continuar, por la cantidad tan grande de agua que en ella había. Además, la temperatura del interior era mucho más baja y húmeda que la del ambiente de fuera, bañado por un sol espléndido; por lo cual decidimos salirnos pronto sin llegar al extremo de la Galería, o punto dichoso, donde las aguas brotan.
Y en El libro de Tenerife de Luis DIEGO CUSCOY, que vio la luz en 1957, se hace una bella y completa descripción de Güímar, en la que no podía faltar una alusión a los barrancos y a Montaña Grande, también copiada del mencionado ABC de las Islas Canarias. Cita asimismo otros lugares de interés y hace algunas consideraciones históricas, sobre todo referidas a los guanches:
De arriba abajo, como abiertos a cuchillo, los barrancos de Chiñico, del Coto, del Río, de Badajoz.
Sus márgenes están animados de verde tierno: crecen allí la higuera silvestre, el sauce despeinado, el madroño de lustroso tronco y sabroso fruto. En la cordillera, la cumbre de Izaña, en cuya cima blanquea el edificio del observatorio. En la parte baja del Valle, la Montaña Grande o Montaña del Volcán de Güímar, cráter de 300 m. de circunferencia y 60 de profundidad. Desde su cima se abarca una amplia perspectiva del Valle. En las altas laderas fluyen, puros y frescos, los manantiales de la Madre del Agua y Cueva del Culantrillo, parajes llenos de paz y amenidad.
LA SABINA CENTENARIA Y LAS HIGUERAS SALVAJES DEL BARRANCO
Tras la publicación por Leoncio Rodríguez de la primera parte de su libro Los árboles históricos y tradicionales de Canarias (1938), el cronista oficial de Güímar Tomás Cruz García le remitió una carta, que se conserva en su archivo familiar, aunque desgraciadamente incompleta. En ella, aparte de felicitarlo por su obra, le dio a conocer la existencia de algunos ejemplares que crecían en el Valle de Güímar y que no incluía en su publicación. Entre ellos menciona «La sabina del Barranco del Río o del Agua»:
En el sitio de mayor hondura de este bello barranco, – al que Güímar debe toda su riqueza, pues de sus galerías brotan los caudales de agua más importantes de Tenerife –, existe una vieja y corpulenta sabina, que se extiende hasta la mitad del barranco, y desde cuya copa hasta el cauce del mismo habrá una altura de cincuenta metros. Es, sin duda alguna, el ejemplar más hermoso de los que se conservan en el monte del Pico.
El tronco se halla junto a la senda o vereda, que hubo necesidad de hacer en la roca para entrar
al barranco por aquel sitio, la que está protegida por una baranda de hierro con el fin de evitar posibles desgracias, ya que las paredes del barranco son por aquel lugar casi cortadas a pico. Solo de acercarse al barandal se siente pánico y son muchas las personas que se abstienen de hacerlo por temor a ser atraídas por el abismo.
No obstante tal real peligro, es lo cierto que un día la vieja sabina apareció con una pequeña bandera en lo más alto de su picuda copa y, cuando en todo el Valle se hacían comentarios sobre el valor temerario que suponía tal hazaña, la sorpresa fue mayor al comprobarse que otro “valiente” había quitado la banderita, y así viene repitiéndose desde hace años, hasta que algún día sea preciso colocar una significativa cruz en las inmediaciones del hermoso árbol.
Lamentablemente esta sabina ya ha desaparecido (se comenta que fue talada), pero en el lugar en el que se encontraba aún destacan varios cedros canarios (Juniperus cedrus), alguno de gran porte, que se yerguen dentro del monteverde como supervivientes de aquellos que fueron talados para aprovechar en la ebanistería su cotizada madera.
En la misma carta, el cronista Cruz García habla de las higueras salvajes:
«Casi junto a la sabina del Barranco del Agua, se encuentran unos raros ejemplares de higueras silvestres o salvajes, que dan nombre a un saltadero del barranco. Según nuestros informes, son de los poquísimos ejemplares que se han logrado conservar en nuestra isla».
Estos raros ejemplares aún se conservan en las laderas verticales, prácticamente inaccesibles, y dan nombre a la galería de agua que se abrió en sus inmediaciones, la cual canalizó las aguas que antiguamente discurrían libremente por este barranco.
jueves, 8 de diciembre de 2011
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