Los hemos traído de Las Dehesas, de una higuera que tenemos y que el viento de febrero dejó reducida casi a la mitad.
Pero aún así, lo que quedó de ella, fue capaz de brotar y darnos estos deliciosos frutos que hoy saboreamos.
Es una pena y esto ya lo he dicho varias veces en mi blog, que nuestro campo esté como está.
Por ejemplo, en los altos, donde se recogía gran cantidad de fruta desde albaricoques y damascos, ciruelas, higos y brevas, peras de infinidad de variedades hoy practicamente no quede nada.
Unas tierras que fueron cuidadas con esmero por nuestros antepasados, con muchos menos medios y más esfuerzo que el que podríamos hacer nosotros hoy.
Con que ilusión esperaba yo, la llegada de mi abuelo con su burrita cargada de fruta o el dulce de pera que hacía mi madre..... cuántos recuerdos de olores, colores, sabores, texturas.
Y hoy, años después se ha quedado todo reducido a nada, bueno a nada no, a una desidia, apatia y desinterés general hacia todo lo que signifique un mínimo esfuerzo.
Recuperemos la alegría y el entusiasmo y volvamos a llenar de vida a nuestro campo.
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