sábado, 1 de junio de 2013

Hermógenes Afonso: Hupalupa. REBEREQUES

Me he estado leyendo el libro "Rebereques" de Hermógenes Afonso de la Cruz más conocido por Hupalupa (Garachico 1945-S/C de Tenerife 1995).  Un gran investigador de nuestro pasado canario.

Aquí dejo uno de los capítulos de este libro:

LA PLAGA

Unos -o casi todos- danzaban sin tino al ritmo impuesto por el popular rock and roll de los años sesenta "¡Ahí viene la plaga!/ me gusta bailar/ y cuando estoy rockanroliando/ ¡es la reina del lugar!..." Los canarios estaban contentos porque a las islas llegaban cientos -luego miles- de turistas deseosos de sol y mar. Y como apenas había sitio para alojar aquel extraño gentío, se construyeron infinidad de chabolas de cemento en las bellas costas y también sobre las fértiles tierras del sufrimiento y orgullo campesino.
Muchísimos isleños, ignorando que la riqueza de una nación desarrollada es estable si se protege su agrucultura y su ganadería (evitándose así la total dependencia exterior), siguieron bailando sin descanso al compás de batuta impuesta por neófitos dirigentes en todo estamento del país.
Los magos trocaron sachos y vacas por ridículas bandejas de la servidumbre.
"¡Ay la suerte que tuvimos!: los nietos son camareros, sus abuelos campesinos", endechaba como sus antepasados (frente a su cueva isorana de los altos) el anciano José Mina, mientras segaba tederas e hinojos (para dar de comer a sus tres cabras) que sobresalían en abandonados gochos, anteriormente fieles suelos proveedores de trigo y cebada que permitían confeccionar sustentador gofio de la tradición. José Mina cantaba aquella endecha al son que le marcaba el manejo -ya remiso por los años- de su desgastada podona, mirando de vez en cuando unas veces a la costa y otras veces pa los durazneros y bicaqueros (sembrados por su abuelo en la heredada tierra) invadidos por una desconocida plaga de insectos que tumbaba toda su fruta ( Ceratitis capitana-mosca de las frutas-, plaga del Mediterráneo que arribó a las islas en la década de los cincuenta).
"¡Jodías moscas del demontre!, ¿es que no van a dejar un bicaco sano?" se preguntaba el enrabiscado José (agachado, sudando bajo las alas de su negro sombrero, segando rente la comida de su ganado) mientras añadía a su pensamiento:
"Aunque mi tino ya no es el de enantes, yo se que esto va por mal camino. Hasta no hace muchos años los bicacos y los duraznos maduraban sanos como la luna llena, y también los higos de leche y los higos picos. De ellos vivíamos. y de las papas y del ganado. Bueno, ahora también de la paguita -pequeñita- que tenemos del retiro. Ay carajo, ay carajo. ¡Qué tiempos aquellos en que los bicacos maduraban sin bichos en el bicaquero!: la fruta que no vendíamos al marchante la poníamos en la azotea de casa en los veranos -pa secarla- y luego de seca la guardábamos en barriles pa consumirla en invierno. Ahora todo está podrido desde el monte hasta la mar. ¡Ay carajo! Todo podrido".
"Lo que son los tiempos modernos, ¡puñeta! Aquí nos vale hoy el turismo pero mañana o pasado no se sabe", seguía en su matraquilla el viejo José mirando pa la costa repleta de grasientas pálidas siluetas humanas tostándose al sol.
"Padre, baje a almorzar, que las papas se le van a enfriar!", despertó al anciano el grito que le dió su hija desde el centro de la tagora de la casa (situada a unos cien metros más abajo de su auchón).
(El auchón de cho José -la cueva de sus pasados- era mágico pa él. Aquella cueva había sido habitada por muchas generaciones de indígenas canarios y merecía todo el respeto del mundo).
"¿Qué te pasa, hombre, que te pasa?", le preguntó su esposa a un José pensante, mientras comía en la mesa de su cocina.
"¡Nada! ¿qué me va a pasar? ¡la jodida plaga! plaga por la mar y plaga por el monte, plaga por la mar y plaga por el monte".
"¿Qué es eso de la plaga?", le inquirió su mujer.
"¡Qué lo tenemos jodido!", respondió José a la vez que saboreaba -entre mojo- papas nuevas autodate cosechadas en las medianías, compartidas con gofio amasado, vino de La Escalona, y sardinas que los pescadores de Alcalá vendían casi todas las mañanas.

¡Cuánta razón tenía cho José Mina!