sábado, 29 de mayo de 2010
"Castilla, lo castellano y los castellanos". Miguel Delibes
Fragmento del capítulo VIII de "El disputado voto del señor Cayo" de Miguel Delibes.
La llama rompió ruidosamente entre los sarmientos. Rafa apartó la cara. Laly miró en derredor y dijo:
- ¿No tienen ustedes televisión?
El señor Cayo, acuclillado en el tajuelo, la miró de abajo arriba:
- ¿ Televisión? ¿Para qué queremos nosotros televisión?
Laly trató de sonreir:
-¡Qué sé yo, para entretenerse un rato!
Dijo Rafa, después de mirar en torno:
-¿Y radio? ¿Tampoco tienen radio?
- Tampoco, no señor. ¿Para qué?
Rafa se alteró todo:
-¡Joder, para qué! Para saber en qué mundo viven.
Sonrió socarronamente el señor Cayo:
-¿ Es que se piensa usted que el señor Cayo no sabe en que mundo vive?
- Tampoco es eso, joder, pero no estar incomunicados, digo yo.
Víctor seguía el diálogo con interés. Intervino, conciliador:
- Entonces, señor Cayo, ¿pueden pasar meses sin que oiga usted una voz humana?
-¡ Quia, no señor! los días 15 de cada mes baja Manolo.
-¿ Qué Manolo?
- El de la Coca-Cola. Baja de Palacios a Refico, en Martos todavía hay cantina.
-Y ¿entra en el pueblo?
-Entrar, no señor, bajo yo al cruce y echamos un párrafo.
Víctor se mordió el labio inferior. Dijo:
-Pero vamos a ver, usted, aquí, en invierno, a diario, ¿qué hace? ¿lee?
- A mí no me da por ahí, no señor. Eso ella.
Rafa cogió el cabo de un palo sin quemar y lo colocó con las tenazas sobre las ascuas. Luego, sopló obstinadamente con el fuelle de cuero ennegrecido hasta que hizo saltar la llama. La vieja, junto a la alacena, ladeaba mecánicamente la cabeza, como para escuchar o para dormitar, pero en el instante de cerrársele los párpados, la enderezaba de golpe.
Víctor bebió otra taza de vino y se la alargó luego al señor Cayo para que la llenase de nuevo. Añadió al cabo de un rato:
- Pero si usted no lee, ni oye la radio, ni ve la televisión, ¿qué hace aquí en invierno?
- Mire, labores no faltan.
Insistió Víctor
-Y ¿si se pone a nevar?
- Ya ve, miro caer la nieve.
- Y ¿si está quince días nevando?
-¡Toó, como si la echa un mes! Agarro una carga y me siento a aguardar a que escampe.
Víctor movió la cabeza de un lado a otro, desalentado.
Laly tomó el relevo:
-Pero, mientras aguarda, algo pensará usted -dijo.
-¿Pensar? Y ¿qué quiere usted que piense?
- Qué sé yo, en el huerto, en las abejas.... ¡Algo!
El señor Cayo se pasó su mano grande, áspera, por la frente. Dijo:
-Si es caso, de uvas y brevas, que si me da un mal me muero aquí como un perro.
-¿ No tienen médico?
-Qué hacer, sí señora, en Refico.
Saltó Rafa:
-¡Joder, en Refico a un paso! Y ¿si la cosa viene derecha?
El señor Cayo sonrió resignadamente:
-Si la cosa viene por derecho, mejor dar la razón al cura
-dijo.
A Rafa se le habían formado dos vivos rosetones en las mejillas que acentuaban su apariencia infantil. Hizo un cómico gesto de complicidad a Laly:
-Alucinante -dijo.
El señor Cayo aproximó un rosco a la muchacha:
- Pruebe, están buenos.
Laly partió un pedazo con los dedos y lo llevó a la boca.
Masticó con fruición, en silencio:
Tiene gusto a anís -dijo.
La vieja asintió .Emitió unos sonidos guturales, acompañados de un descompasado manoteo y sus manos, arrugadas y pálidas, con la toquilla negra por fondo, eran como dos mariposas blancas persiguiéndose. Al fin, de una forma repentina, se posaron sobre el halda. El señor Cayo, que no perdía detalle, dijo cuando la mujer cesó en sus aspavientos:
- Ella dice que lo tienen. Y también huevos, harina, manteca y azúcar.
-Ya -dijo laly.
Víctor volvió a la carga:
-Díganos, señor Cayo, ¿cómo baja usted a Refico?
- En la burra.
- ¿Siempre bajó en la burra?
- No señor, hasta el 53, mientras hubo aquí personal, los martes bajaba una furgoneta de Palacios. Y, antes, hace qué sé yo los años, estuvo la posta - sonrió tenuamente- donde Tirso cambiaba los caballos.
Victor apartó los pies de la lumbre:
- Y ahora ¿quién le trae el correo?
-¿Qué correo?
- Las cartas.
El hombre rompió a reír:
-¡Qué cosas! -dijo -. Y ¿quién cree usted que le va a escribir al señor Cayo?
- Los hijos, ¿no?
Hizo un ademán despectivo:
-Esos no escriben -dijo- Tienen coche.
-Y ¿vienen a verle?
- Qué hacer. Al mes que viene vendrá él, con los dos nietos, ¿se da cuenta? A ella no le pinta esto. Dice que qué va a hacer ella en un pueblo donde no se puede ni tomar el aperitivo, ya ve. ¡Cosas de la juventud!
Víctor y Rafa bebían sin cesar. Dijo Víctor:
- Este vino entra bien.
- Es de la tierra.
-¿De aquí?
-Como quien dice, de la parte de Palacios.
A Víctor le ganaba por momentos una locuacidad expansiva:
- Pero tal como se explica, Señor Cayo, usted aquí ni pun. Así se hunda el mundo, usted ni se entera.
-¡Toó! Y ¿qué quiere que le haga yo si el mundo se hunde?
- Bueno, es una manera de decir.
Rafa se inclinó hacia el tajuelo. Tenía los ojos turbios. Dijo con voz vacilante, un poco empastada:
- Un ejemplo, señor Cayo, la noche que murió Franco usted dormiría tan tranquilo....
-Ande, y ¿por qué no?
-No se enteró de nada.
- Qué hacer si enterarme. Manolo me lo dijo.
- ¡Jo, Manolo! ¿No dice usted que Manolo baja con la furgoneta a mediados de mes?
- Así es, si señor, los dias 15, salvo si cae en domingo.
-Pues usted me dirá, Franco murió el 20 de noviembre, de forma que se tiró usted cuatro semanas en la inopia.
-Y ¿qué prisa corría?
- ¡Joder, qué prisa corría!-
Laly alzó su voz apaciguadora:
- ¿Qué pensó usted, señor Cayo?.
- Pensar ¿de qué?
- De Franco, de que se hubiera muerto.
El señor Cayo dibujó con sus grandes manos un ademán ambiguo:
- Mire, para decir la verdad, a mi ese señor me cogía un poco a trasmano.
- Pero la noticia era importante, ¿no? Nada menos que pasar de la dictadura a la democracia.
- Eso dicen en Refico.
- Y usted ¿qué dice?
- Que bueno.
Laly le miraba comprensiva, amistosamente. Añadió:
-De todos modos, al comunicárselo Manolo, algo pensaría usted.
- ¿De lo de Franco?
-Claro
-Mire, como pensar, que le habrían dado tierra. Ahí si que somos todos iguales.
Rafa bebió otra taza de vino. Tenía las orejas y las mejillas congestionadas. Dijo excitado:
- Pues ahora tendrá usted que participar, señor Cayo, no queda otro remedio. ¿Ha oído el discurso del rey?. La soberanía a vuelto al pueblo.
- Eso dicen.
- ¿Va a votar el día 15?
- Mire, si no está malo el tiempo, lo mismo me llego a Refico con Manolo.
- ¿Votan ustedes en Refico?
- De siempre, si señor. Nosostros y todo el personal de la parte de aquí, de la montaña.
- Y ¿ha pensado usted que va a votar?
El señor Cayo introdujo un dedo bajo la boina y se rascó ásperamente la cabeza. Luego, se miró sus grandes manos, como extrañándolas. Murmuró al fin.
- Lo más seguro es que vote que sí. a ver, si todavía vamos a andar con rencores....
Rafa se echó a reír. Levanto la voz:
-Que eso era antes, joder, señor Cayo. Esos eran los inventos de Franco, ahora es diferente, que no sabe usted de qué va la fiesta.
- Eso - dijo humildemente el señor Cayo.
La voz de Rafa se fue haciendo, progresivamente, más cálida, hasta alcanzar un tono mitinesco:
- Ahora es un problema de opciones, ¿me entiende? Hay partidos para todos y usted debe votar la opción que más le convenza. Nosostros, por ejemplo. Nosotros aspiramos a redimir al proletariado, al campesino. Mis amigos son los candidatos de una opción, la opción del pueblo, la opción de los pobres, así de fácil.
El señor Cayo le observaba con concentrada atención, como si asistiera a un espectáculo, con una chispita de perplejidad en la mirada. Dijo tímidamente:
- Pero yo no soy pobre.
Rafa se desconcertó:
-¡Ah! -dijo- , entonces usted, ¿no necesita nada?.
- ¡Hombre!, como necesitar, que pare de llover y apriete la calor.
Víctor se incorporó a medias, presionado su estómago por el tablero de la perezosa. Se dirigió a Rafa:
- No te enrolles, macho, déjalo ya.
Rafa se levantó a su vez.
- Ya lo oye, señor Cayo. Mi amigo quiere que me calle.
Este libro de Miguel Delibes, es un compendio de retazos de otros libros suyos. El que me ocupa aquí es un fragmento de "El disputado voto del señor Cayo". El cual me ha hecho reflexionar, sobre la sociedad en la que vivimos. Una sociedad que nos crea necesidades absurdas, de cualquier tipo.
Aquí, todos tenemos que entrar por el aro, ser lo que quieren que seamos, todos iguales, diseñados por el mismo patrón. Tener los mismos gustos, los mismos intereses para que las grandes economías puedan después satisfacer con productos de todo tipo este tinglado tan falsamente creado.
Asi nos va. Viviendo en un mundo totalmente desequilibrado, donde prima lo material.
Vendes tu libertad, tu vida, a cambio de cosas que nunca te llenarán por completo. Y seguirás aspirando a tener más y más y más.... Por eso, hay tanta gente infeliz, porque por más cosas que poseamos no viviremos mejor.
Lo peor es que muchos, la mayoría, han caído en la trampa, han hipotecado su vida y aunque ahora quieran salir ya no pueden, es demasiado tarde. Tendrán que seguir siendo esclavos para pagar algo que de ninguna manera les traerá la felicidad a su vida.
Y si por casualidad alguien abandonara la nave donde nos han metido a todos y quieren coger otro camino, bien rápido le tacharán de loco, de insensato, desarraigado.... y no sé cuantas lindezas más.
Pensemos y reflexionemos un poquito más... a todos nos vendrá bien.
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Publicado por
Dácil
en
15:37
Etiquetas:
Libros,
Reflexiones
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